PASSIONE CALABRIA
Alabanza al migrante
El migrante es un hombre. ¡El migrante es un HOMBRE!
Este es el punto de partida de nuestra reflexión sobre una figura que, más que los rasgos de un viajero, asume los de un héroe moderno. Nuestra naturaleza nómada, que se ha desarrollado a lo largo de los milenios, es inherente a nuestra tendencia a establecernos en nuevas realidades y contextos. Tendencia escrita por ADN antes por antropólogos, porque el hombre nació para moverse. El migrante es quien, al desafiar el destino, forma su identidad durante la Odisea personal hacia la Tierra Prometida. Una identidad que supera cualquier barrera cultural, refractaria al racismo y populismos vanos. No hay clandestinidad en quien lleva su propia cultura en su equipaje. Cada hombre es depositario de una conciencia, y esta conciencia debe ser protegida y libre para expresarse. Una conciencia liberada de las cadenas, mueve un estímulo imparable en el migrante: osea hacer que la Tierra en la que ha encontrado un nuevo hogar sea fértil. Un ejemplo de esta forma de gratitud se puede encontrar en los migrantes italianos cuando aterrizaron en América del Sur, especialmente en Argentina, a partir de finales del siglo XIX.
A partir de ese momento, se estableció una asociación casi mágica de culturas e historias que quizás no tiene igual. El migrante es un recurso, trae consigo el coraje y la desesperación que le llevaron a abandonar sus afectos. Pero el valor y la desesperación, si se ponen en contacto con la confianza de quienes reciben al migrante con los brazos abiertos, pronto se convierten en talento y ambición. Porque creemos en esa alquimia que lleva a los viajeros a ser «más fuertes» que aquellos que son serenos y tranquilos en sus zonas de confort. Creemos en la gratitud de los hijos de los migrantes, cuyo patrimonio cultural es «más fuerte» que aquellos que no se abren a la globalización y deciden cercar su propio jardín. Creemos en aquellos que han cruzado el Océano en barco primero, y luego en avión, para encontrar la paz que tenía en su Tierra de origen. El migrante trae consigo el espejo de los lugares y sabores de su infancia, y este espejo intenta reflejarlo dondequiera que decide establecer su nuevo hogar.
HOGAR es una hermosa palabra. Y el hilo que une esta palabra con el migrante es indisoluble, ya que el migrante es el que se ve obligado a buscar un hogar en otro lugar, sin darse cuenta de que el verdadero hogar lo encuentra ante sus propios ojos. Los ojos de los migrantes ahora pueden ser reconocidos en los nietos y bisnietos, en los que ahora aman viajar y cruzar fronteras sin ser etiquetados como extranjeros o, peor aún, como clandestinos, sino como un turista bienvenido. Los ojos de los migrantes están llenos de su propia Tierra y se adaptan a cualquier contexto precisamente porque disfrutan de vistas que no son comunes para todos. Quizás la victoria del migrante se realice en la serenidad de sus descendientes, que no conocerán la miseria o el hambre, pero que seguramente tendrán en sus ojos la misma Tierra que llenó el alma del migrante. Ojos más hermosos que la palabra HOGAR.
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